Fotos: Viridiana Leal
Inicialmente con la idea de “decorar” y después por casualidad, Gerardo Ballí González (†) inició en el “Rancho El Mexicano” un fructífero negocio de plantar árboles en lugares tan representativos como el Parque Fundidora en Monterrey; continuaron sus hijos haciéndolo en jardines y zoológicos, así como en empresas privadas, maquiladoras, áreas industriales y residencias de particulares.
Norteño de corazón, hombre de campo y sostén de su familia, don Gerardo Ballí González (†) se hizo de unas parcelas en Río Bravo para trabajar la tierra, allá por el año de 1967, un lustro después de crearse como municipio.
La historia cuenta que en 1913 después de llegar a la cúspide “La Sauteña” (hoy Río Bravo), los revolucionarios destruyeron todo a su paso, acabando con la ciudad completa y con los sueños de sus habitantes que habían conseguido convertirla en el centro de atracción turística, comercial e industrial más importante de la zona norte.
Sin embargo, establecidos los sistemas de riego en el norte de México entre 1930 y 40, la región renace y adquiere un nuevo auge.
De esta forma, vivir de la agricultura para don Gerardo fue un gusto y una oportunidad que no desaprovechó, y se dedicó a la siembra de sorgo, maíz y, a veces, algodón.
Desde que cantaba el gallo hasta que se escondía el sol, don Gerardo atendía su “Rancho El Mexicano”, como lo llamó orgulloso de sus raíces.
De Los Herreras, Nuevo León, y hombre de a caballo, aprovechó sus terrenos para criar ganado.
Y así como los revolucionarios eran inseparables de su adelita, siempre a él lo acompañó su esposa Ana María Calzada de Ballí, con la que procreó a Ernesto (†), Gerardo, Ana María y Gabriela, quienes desde niños aprendieron lo que era la vida en el campo.
POR PURA CASUALIDAD
El cariño y dedicación que le tenía a su rancho se sumaron al interés de hacerlo florecer, así que al próspero agricultor y ganadero se le ocurrió la idea de comprar árboles, y lo que inicialmente estaba pensado para darle una mejor vista a sus terrenos, se convirtió, por casualidad, en un fructífero negocio.
Plantó dos mil encinos que cuidó y con paciencia vio crecer día con día.
Recuerda Gerardo Ballí Calzada que tiempo después un primo de él le platicó a don Gerardo sobre un proyecto relacionado con el Plan Maestro para la creación paisajista del Parque Fundidora, después de que en 1988 se decretara la expropiación de los terrenos ocupados por la extinta Fundidora Monterrey.
Le habló del tema y le pidió mil 500 encinos, lo que alertó a don Gerardo para empezar un buen negocio.
Cerraron trato y los transportaron en trailers hasta Monterrey donde actualmente dan sombra al centro de atracciones en avenida Fundidora y Adolfo Prieto.
Surgió entonces la idea de reservar un espacio para un vivero de diversas variedades de árboles: encinos, jacarandas y casuarinas, además de palmas huachintonas y datilera canaria, ideales para el clima extremo de esta región.
Al poco tiempo empezó a ver los frutos, ya que empresas de gobierno y privadas, maquiladoras, industrias y particulares solicitaron su servicio.
Para evitar acabar con las áreas verdes, el gobierno en México les solicita reforestar el área donde se establecen como medida de prevención para el cuidado del medio ambiente.
Nosotros siempre hemos sido pro ecologistas, creemos que se puede explotar la flora de manera sustentable, es decir, no le puedes quitar solamente a la tierra, tienes que retribuirla”, aseguró Ballí Calzada.
Lugares emblemáticos donde han trabajado es el Parque lineal de Reynosa sobre la banqueta del canal Anzaldúas, la plaza principal Miguel Hidalgo, además de reforestar el área del zoológico de esta ciudad, el santuario y la isla del mismo lugar.
PRIMERO LA UNIVERSIDAD
Su vida en el rancho le permitió a Ballí Calzado relacionarse con las actividades propias del campo, sin embargo, su padre le pidió terminar la universidad en la que concluyó la carrera de Derecho.
Ejerció por algún tiempo, pero ya con un título en la mano obtuvo el permiso de incorporarse al negocio familiar; para él era un gusto, un pasatiempo.
No obstante, había que aprender un poco más y se puso a estudiar sobre agricultura y arboricultura, además de documentarse y acercarse a personas que conocen del tema. La práctica que tenía, sin duda, le fue de gran ayuda.
Al fallecer su padre toma las riendas y con su hermana Ana María administran el negocio para la siembra de árboles y cosecha de sorgo y maíz, principalmente.
AGUA Y SOL
Es necesario tener los conocimientos para plantar un árbol así como la paciencia y dedicación para cuidarlo.
También hay que tomar en cuenta factores indispensables para su crecimiento, entre éstos la época del año, la tierra y la región.
“Un encino necesita al menos un espacio de algunos diez metros cuadrados en donde plantarlo, que hacia los lados y lo alto nada le impida crecer, pues llega a medir hasta 20 metros de alto”, explicó Gerardo.
Regarlos, agregó, es una forma de alimentarlos. Al menos deben ser dos veces por semana, de preferencia en la tarde cuando el sol ya bajó, de lo contrario se evaporará el agua sin aprovecharse adecuadamente.
Para que crezcan saludables y fuertes, mencionó que se deben fertilizar por lo menos dos veces al año, en primavera y otoño, temporadas en las que no hace tanto frío ni calor.
Para plantarlo se tiene que considerar un hoyo o sepa de cierta medida que se rellena con tierra negra preparada con fertilizante, hojas secas y nutrientes para las raíces.
LA REGIÓN
Por el clima extremo han tomado precauciones para seleccionar los árboles adecuados con mayores años de vida.
En el caso de los laureles para evitar que mueran cuando hiela se recomienda cubrirlos y acercarles calentadores, aunque no es garantía de que sobrevivan.
El lugar donde se plantan también debe considerarse, ya que un laurel o fresno al desarrollarse hacia los lados tiende a romper banquetas, por lo que no se sugiere para casas o negocios, pero el encino sí por crecer hacia abajo.
Consideró Gerardo Ballí que comprar un árbol en un vivero tiene muchas ventajas, entre ellas la seguridad de que se desarrollará en las condiciones óptimas.
“Nosotros nos aseguraremos de sembrarlo en forma correcta, protegerlo y esperar el tiempo necesario para que crezca, pues sólo para dar sombra tarda un aproximado de 15 años. Un encino tiene un promedio de vida de hasta 400 años y un laurel de hasta 80, siempre y cuando se hayan sembrado y cuidado de la forma correcta.
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