Existe una lucha por sobrevivir en nuestro país; la pobreza, el hambre, la obesidad y muchas enfermedades han tejido un estrecho vínculo que la sociedad se rehusa a enfrentar.
Pareciera que alimentarse es un lujo, y en realidad es costoso, porque el alimento bueno, justo y limpio no está al alcance de todos. Pero la “comida” chatarra que es elevada en grasas, azúcares y sal es accesible y económica.
Nuestra gente dejó de comer tortillas (de calidad) y los alimentos ancestrales con los que levantamos las pirámides, para comer paquetes de cualquier cantidad de productos que no ofrecen nutrientes, pero sí los prometen.
Estudiando el tema, me encontré que la Alianza para la Salud Alimentaria y el Poder del Consumidor están uniendo esfuerzos para concientizar a la población.
Un reporte emitido sobre las causas de la obesidad indica que se debe principalmente a la mala alimentación (en un 80 por ciento), a la falta de actividad física, además de ser un problema hereditario. En la mayoría de los casos son la suma de estos factores.
En el caso de la obesidad infantil los responsables primarios son las personas, el gobierno, las grandes empresas de productos alimenticios, los medios de comunicación, los restaurantes de comida rápida y las escuelas.
Como sociedad son muchos los problemas que debemos resolver, pero el caso de la alimentación es preponderante y debe atenderse de inmediato.
FÓRMULA MÁGICA
Hacemos las compras por inercia, por herencia o por moda.
Como padres y consumidores somos totalmente responsables de lo que estamos consumiendo.
Tenemos el poder de marcar pautas en la industria, pero estamos cómodos, adormecidos, como anestesiados por la famosa fórmula de la grasa, azúcar y sal. Una fórmula mágica con la cual han adormecido nuestros deseos de estar bien y haciéndonos creer que, como quiera, de un modo u otro nos vamos a morir, pero: ¿y la calidad de vida?
Hace unas semanas mi hijo me confesaba que un día que se quedó en casa de uno de sus amiguitos a jugar, la travesura de los chicos fue comprar golosinas y hartarse hasta
andar “Hiper”.
Me dijo: “mamá, compré un mazapán y luego me sentí emocionado y compré otro más”.
Ninguno de los padres se dio cuenta. Y él, con todo y la educación que ha llevado, lo arrastró la corriente. Entonces me dirán: “esta señora se escandaliza porque se comió dos mazapanes”.
No es el punto pero sí el comienzo de lo que puede volverse a repetir. Se trata de la vulnerabilidad de los niños para convertirse en lo que no queremos si los soltamos.
Tenemos la responsabilidad de alertarlos y explicarles las consecuencias de crear un hábito.
En conclusión hay que dialogar de manera abierta, escucharlos y compartirles de manera positiva el resultado de sus actos con la finalidad de reflexionar y tengan una cultura de la prevención.
Tú que me lees y eres afortunado de tener tus necesidades primarias cubiertas, prioriza la salud y la vida de los que más quieres. Hay muchos que no tienen la fortuna de poder elegir, como tú o como yo.
Agradezco de corazón a Fiorella Espinosa de Candido, investigadora en salud alimentaria.